Cenicienta, No escarmienta
Guillermo Saavedra
¿Se acuerdan de Cenicienta,
esa pequeña harapienta
cuyas hermanas mugrientas
la trataban de sirvienta?
Pues bien, una vez casada
con el príncipe y mudada
a su palacio en Posadas
no cambió nada de nada.
Se le metió en la cabeza
el furor por la limpieza
y sale a barrer las piezascon su traje de princesa.
Por la mañana temprano,
con un cepillo de mano,
rasquetea a los enanos
del jardín y a los gusanos
que salen a ver que pasa
los lleva hasta la terraza
para sacarles la grasa
con un trocito de gasa.
Limpia ventanas y pisos
con el piolín de un chorizo
fabricado por un suizo
coloradito y petiso.
Lava ropa, seca platos,
lustra botas y zapatos,
por la tarde baña patos
mientras encera a los gatos.
El príncipe Sinforoso,
se empezó a poner nervioso
cuando él se pone mimoso
ella se va a planchar osos.
Y es probable que algún día
le diga: “Querida mía
no soportó esta manía”
vete a bañar a tu tía
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Caperucita Roja - La versión del Lobo
El bosque era mi hogar. Yo vivía allí y me gustaba mucho. Siempre trataba de mantenerlo ordenado y limpio.
Un día soleado, mientras estaba recogiendo las basuras dejadas por unos turistas sentí pasos. Me escondí detrás de un árbol y vi venir una niña vestida en una forma muy divertida: toda de rojo y su cabeza cubierta, como si no quisieran que la vean. Andaba feliz y comenzó a cortar las flores de nuestro bosque, sin pedir permiso a nadie, quizás ni se le ocurrió que estas flores no le pertenecían. Naturalmente, me puse a investigar. Le pregunte quien era, de donde venia, a donde iba, a lo que ella me contesto, cantando y bailando, que iba a casa de su abuelita con una canasta para el almuerzo.
Me pareció una persona honesta, pero estaba en mi bosque cortando flores. De repente, sin ningún remordimiento, mató a un mosquito que volaba libremente, pues también el bosque era para el. Así que decidí darle una lección y enseñarle lo serio que es meterse en el bosque sin anunciarse antes y comenzar a maltratar a sus habitantes.
La dejé seguir su camino y corrí a la casa de la abuelita. Cuando llegue me abrió la puerta una simpática viejecita, le expliqué la situación. Y ella estuvo de acuerdo en que su nieta merecía una lección. La abuelita aceptó permanecer fuera de la vista hasta que yo la llamara y se escondió debajo de la cama.
Cuando llegó la niña la invite a entrar al dormitorio donde yo estaba acostado vestido con la ropa de la abuelita. La niña llegó sonrojada, y me dijo algo desagradable acerca de mis grandes orejas. He sido insultado antes, así que traté de ser amable y le dije que mis grandes orejas eran par oírla mejor.
Ahora bien me agradaba la niña y traté de prestarle atención, pero ella hizo otra observación insultante acerca de mis ojos saltones. Ustedes comprenderán que empecé a sentirme enojado. La niña tenía bonita apariencia pero empezaba a serme antipática. Sin embargo pensé que debía poner la otra mejilla y le dije que mis ojos me ayudaban para verla mejor. Pero su siguiente insulto sí me encolerizo. Siempre he tenido problemas con mis grandes y feos dientes y esa niña hizo un comentario realmente grosero.
Se que debí haberme controlado pero salté de la cama y le gruñí, enseñándole toda mi dentadura y diciéndole que eran así de grande para comerla mejor. Ahora, piensen Uds.: ningún lobo puede comerse a una niña. Todo el mundo lo sabe. Pero esa niña empezó a correr por toda la habitación gritando y yo corría atrás de ella tratando de calmarla. Como tenía puesta la ropa de la abuelita y me molestaba para correr, me la quité pero fue mucho peor. La niña gritó aun más. De repente la puerta se abrió y apareció un leñador con un hacha enorme y afilada. Yo lo mire y comprendí que corría peligro así que salté por la ventana y escapé.
Me gustaría decirles que este es el final del cuento, pero desgraciadamente no es así. La abuelita jamás contó mi parte de la historia y no pasó mucho tiempo sin que se corriera la voz que yo era un lobo malo y peligroso. Todo el mundo comenzó a evitarme.
No se que le pasaría a esa niña antipática y vestida en forma tan rara, pero si les puedo decir que yo nunca pude contar mi versión. Ahora Ustedes ya lo saben.
Caperucita Roja de Gianni Rodari |
- Érase una vez una niña que se llamaba Caperucita Amarilla. - ¡No Roja! - ¡AH!, sí, Caperucita Roja. Su mamá la llamó y le dijo: "Escucha Caperucita Verde..." - ¡Que no, Roja! - ¡AH!, sí, Roja. "Ve a casa de tía Diomira a llevarle esta piel de patata." - No: "Ve a casa de la abuelita a llevarle este pastel". - Bien. La niña se fue al bosque y se encontró a una jirafa. - ¡Qué lío! Se encontró al lobo, no a una jirafa. - Y el lobo le preguntó: "Cuántas son seis por ocho?" - ¡Qué va! El lobo le preguntó: "¿Adónde vas?". - Tienes razón. Y Caperucita Negra respondió... - ¡Era Caperucita Roja, Roja, Roja! - Sí y respondió: "Voy al mercado a comprar salsa de tomate". - ¡Qué va!: "Voy a casa de la abuelita, que está enferma, pero no recuerdo el camino". - Exacto. Y el caballo dijo... - ¿Qué caballo? Era un lobo - Seguro. Y dijo: "Toma el tranvía número setenta y cinco, baja en la plaza de la Catedral, tuerce a la derecha, y encontrarás tres peldaños y una moneda en el suelo; deja los tres peldaños, recoge la moneda y cómprate un chicle". - Tú no sabes explicar cuentos en absoluto, abuelo. Los enredas todos. Pero no importa, ¿me compras un chicle? - Bueno: toma la moneda. Y el abuelo siguió leyendo el periódico. |
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